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miércoles, 3 de agosto de 2022

 Tu presencia brillaba en la oscuridad.

Quizás no lo sepas, pero tienes un aura cautivadora, y una vibra divina. A veces me pregunto el sentido de tu ausencia en mi vida, si solíamos ser tan buenas amigas. Sea cual sea el motivo de tu repentina distancia, siempre estaré aquí para ti.

Y sí, me duele más recordar todos los momentos que pasamos juntas, como mejores amigas que vivían una al lado de otra, en pequeñas casas coloniales del fraccionamiento de una ciudad en vías de desarrollo. Ay que bonito era mi Tulancingo. Quizás no lo sepas, pero ya no vivo ahí, me mudé a Veracruz el año pasado luego de que mi papá falleciera. En resumidas cuentas, tuve una pelea con mi madre y decidí largarme de la casa, pero como es una ciudad muy pequeña, sabía que en cualquier momento me encontraría con ella en el centro, así que decidí huir.

Mudarse no es nada fácil, y más si eres una niña de casa tal como yo. No podía siquiera mirar a los ojos al conductor del microbús por pena, ahora maldigo la crianza de mi madre privándome del mundo exterior, que ni siquiera a la tienda de la esquina me dejó ir sola. Mejor ni menciono las humillaciones que tuve al hablar con la dueña del departamento, ¿tendré dislexia o algún problema del habla? Ahora más que nunca mi lengua ha temblado más que la Ciudad de México.

Eso es algo que envidio de ti, tanta seguridad al hablar y al caminar, pero una pena inmensurable. No te costaba hablar con otros, pero te ponías roja cual tomate, y te veías súper tierna, realmente parecías muñequita de porcelana, y yo una de trapo.

Siempre te consideré alguien bonita, con razón tenías tanto ganado. Todavía recuerdo los múltiples dramas y chismes de las cuales fuimos expectantes durante toda la preparatoria, eso de juntarnos en el recreo mientras hablábamos de Raúl, tu primer exnovio y cómo te enteraste que era un criminal. Creo que nunca me había reído tanto en vi vida como en esa vez. ¿Todavía te acuerdas?

Raúl era un chico que no iba en nuestra escuela, pero como te quedabas afuera esperando a que tu madre llegara por ti, veías a la gente caminar por las calles. Un día viste a un chico súper alto que venía con una guitarra, y como era tu mero mole querías hablarme. Fue en la clase de aritmética cuando me lo comentaste. Ambas no lo conocíamos de nada, ni siquiera habíamos oído hablar de él, pero fue tu amor inalcanzable a primera vista que lo buscaste por Facebook a toda costa, te dije que estabas loca, y tu me respondiste “Eso ya lo sé”, reí, eras siempre tan divertida.

Cuando por fin lo contactaste, comenzaron a hablar y se hicieron pareja. Venía a verte al acabar las clases. Se creía increíble músico, aunque solo sabía tocar Lamento Boliviano y retaba a Fernando por ver quien tocaba mejor la guitarra. Fernando era nuestro amigo, que de hecho fue toda su vida a un conservatorio, le castraba tanto Raúl que prefirió dejar de juntarse con nosotras que convivir con él, todavía lo extraño, era barrio y a toda madre.

Lo que nunca voy a olvidar fue cuando nos dimos cuenta de la clase de hombre con el que salías, un ratero, un ladrón, una escoria de la sociedad. Primero, cuando me comentaste de lo que pasó en la convención. Habían quedado que irían a la feria, y cuando él llegó te dijo que no tenía dinero. Tú, siendo el pan de dios de siempre, le prestaste para su entrada ―que, por cierto, nunca te pagó―. Me dijiste que en la rueda de la fortuna te había regalado una muñeca María hecha a mano, junto con un beso, que ahora que recuerdo, usaba brackets, que asco.

Toda su fantasía se destruyó cuando lo miraste hurtando un juego de Jenga artesanal en un negocio, llevándoselo como si nada, el vendedor no se dio cuenta, ya que estaba pidiendo cambio en otro puesto. Él llegó contigo y te dijo:

―Mira eh, ni se dio cuenta. Viejo pendejo.

Ahí lo entendiste todo, la muñeca que te había dado, también era robada. Le preguntaste y te respondió:

―Sí, tú sabes que no tengo dinero, y mira, es bien fácil transar cosas aquí, hay mucha gente y todos son viejos distraídos. No creo que les afecte perder una mercancía, tienen de sobra.

Quedaste pasmada. Una de los muchos defectos de este hombre era que no dejaba a nadie hablar, Te atosigaba y ahogaba en palabras y palabras que hartaban, y con esa voz de imbécil mucho peor. Al final de la cita vino tu papá a recogerte, y como el chavo ni era de aquí, sino de Santiago, pidió un raite para ir a la central de colectivas. En el coche, no paraba de hablar con tu papá, retando sus conocimientos.

Al llegar a la parada, se fue, no sin antes darte un beso. Tu padre, al ver como se iba corriendo con sus largas piernas pareciendo Muppet, te dijo:

―Oye, tu novio corre como ratero.

Estallo de la risa acordándome y escribiendo esto, me duele el estómago, pero no tanto como a ti en ese momento, y no precisamente de risa, sino de pánico. Pero lidiaste con eso, me dijiste que lo ibas a cortar a la de ya, pero no lo hiciste por pena. Era un chico que tenía problemas cardiacos, pero aun así hacía cosas muy extremas teniendo esa condición, o es lo que según decía él. Que hacía senderismo, que iba con amigos a cerros y los escalaba, pura tontería, que no mucho tiempo después descubrimos que eran falsas. Tampoco fue como si hubieran durado mucho, si no estoy mal, fue una semana y cacho.

Pd: Este es un texto (de un libro) que NUNCA terminé, pero quería publicarlo.

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