Sentía su rostro quemarse, en un principio sintió un ligero adormecimiento, pero después de unos segundos llegó un escozor. Le ardía demasiado, sus labios ahora se encontraban empapados del líquido carmesí que brotaba de sus fosas nasales. Se sentía aturdido y confundido, no sabía qué estaba pasando. No tenía miedo, pero vaya, el golpe que recién le habían propinado no se lo esperaba para nada.
Se relamió los labios y sintió cierto gusto por el sabor metálico de su sangre, por un momento recordó su infancia: aquel aroma que sus manos tomaban luego de mecerse en los columpios por horas. Intentó hacer cierta comparación entre los columpios de su colegio con la sangre humana, pero no tuvo tiempo de indagar demasiado, puesto que su padre ahora le tomaba la revancha. Una, dos y hasta tres cachetadas seguidas. Por un momento había logrado su gran cometido ¡Su mente estaba en blanco! Aunque… no de buena manera, el dolor no le hacía pensar nada más que en él mismo. Tosió ligeramente y más sangre junto con mocos emergieron como cascada de su nariz.
—¡Que sea la última vez! ¿¡Entendiste!?
Se quedó callado, pues pensó que su silencio significaba su aprobación. Pero no era así, los segundos de silencio bastaron para que aquel hombre con barba mal cortada acumulada más coraje.
—Te estoy hablando, ¡Respóndeme! ¿¡Entendiste!?
—Sí, si entendí. Ya no lo voy a volver a hacer—dijo en bajito y bajando la cabeza. La verdad es que lo volvería a hacer las veces que fueran necesarias, pues no sé arrepentía ni le importaban los golpes o regalos que se pudiera ganar, por él, que lo maten.
—Bien, —murmuró mientras volvía a acomodar su cinturón en su pantalón, que minutos antes había utilizado para azoltarlo.—ahora ¡Váyase a su cuarto! ¡Chamaco pendejo, deje de estar mamando!
Se incorporó con dificultad, pues todavía seguía adolorido. Dio pasitos cortos y lentos ya que era lo único que su cuerpo le permitía por el momento.
—¡Pero rapidito! No te quiero ver.
Aceleró su paso, saliendo del cuarto y cerrando la puerta con cuidado. Quería azotarla debido al coraje, pero ya había sido demasiado por hoy. En el pasillo, que era al mismo tiempo la sala y el comedor estaba su madre sentada en el sofá, mirando la tele que se encontraba apagada. Se le notaba cabizbaja y con pocos ánimos. Probablemente había escuchado toda la escena que tanto trató de evitar.
—Te pegó con el cinturón ¿verdad? Te azotó ¿verdad? Te lastimó ¿Verdad?—lo que más le dolía a Elena no era haberse casado con un monstruo, sino que lastimaran a su hijo, su única motivación para vivir.—Mi vida, perdón por no haber podido detenerlo, ya sabes que corro riesgo cuando él se pone violento. No lo justifico, pero la verdad si te pasaste Saúl.
—No es para tanto mamá. Pasa todo el tiempo, ya ni te debería sorprender porque son cosas que pasan todos los días.
—Que pasen todos los días no significa que deberían pasar en primer lugar—mencionó al mismo tiempo que posaba su vista en la puerta de la recámara principal.—Salte un ratito, ¿No? En lo que se le baja el coraje a tu papá.
—Oye, pero no te va a hacer nada a ti ¿Verdad?—mostró un ligero tono de preocupación. Usualmente no era así, pero aunque no temiera por su bienestar propio, quería mucho a su mamá.
—No, no te preocupes. Voy a estar bien, a mí tu padre no me toca ni un pelo.
Saúl recogió su mochila que estaba al lado de él, pues la había tirado en el sofá apenas llegó de la escuela.
—Bueno, te veo al rato mamá.
—Me llamas cuando ya vengas para acá, y te caliento la cena.
“Hasta luego” dijeron al unísono. Ya saliendo de la casa, que guardaba cierto calor y olorcito a humedad. Se topó con la niebla y frío seco de la ciudad. Cerró la puerta de metal con llave y le dio un vistazo a su calle. No vivía en el mejor lugar, pero al menos tenía casa, por ahora, si no es que lo corrían de una patada. Pero y si eso pasaba, probablemente su madre se iría con él, porque para ella lo primero era el bienestar de su hijo, ¿Qué importaba el suyo propio? Desde que quedó embarazada del imbécil del pueblo y fue forzada a casarse. Todas sus esperanzas y metas murieron, junto con sus sueños. Ahora toda su razón de vivir caía en esa personita que le había dado demasiados problemas, no obstante entendía que no era su culpa, él no había pedido nacer. Se notaba claramente en su carácter melancólico desde niño que él sabía de esto, siempre quiso ser buena madre, dar todo de sí para no cometer los mismos errores. Sin embargo desde aquel incidente que acababa de pasar, temía que se repitieran las cosas.
Saúl comenzó a caminar para llegar al centro, donde quizás con suerte se encontrara con uno de sus amigos. A lo mejor podrían ir al cyber, a lo mejor rentaban una consola. Lo que sea para distraerlo y pudrir su cerebro un rato. No se arrepentía de sus pecados. Era relativamente joven, y a veces sus hormonas le traicionaban. Se encontraba sumido en una espesa tristeza desde el día que adquirió conciencia de sí. Dejó de importarle todo, y la muerte no le parecía de temer, es más, cuando podía intentaba atraerla. Pero temía por su mamá, sabía que él era la única razón por la que ella seguía en pie, y le tenía lástima.
Ya casi entrando al centro un auto se posicionó a su lado. Un hombre fornido y descuidado lo agarró del cuello y lo metió dentro del vehículo.
—Vas a tener tu merecido ¡Culero!—habló en voz alta el conductor altanero, quien traía unos lentes oscuros y un cigarrillo en boca—¿Cómo que te cogiste a mi hermana? Ha estado chille y chille desde el viernes, y la veo bien mal. ¿Pues qué tanto le hiciste?
—¡Nada! Yo no le hice nada y hasta a ella le gustó. Si estaba gime y gime como perra.
—Te pasas de lanza pinche duvalin, te pasas de lanza, pendejo.—el hombre que anteriormente lo había metido al carro tomó un mecate de debajo del asiento del conductor y le amarró las manos a Saúl, el cuál resongaba al sentir como se retorcían sus músculos.—Mira, a mí me vale pito, pero mi papá si se enojó bien cabrón. Y pues por eso te vinimos a dar tu chinga, pero se ve que ya te dieron tu friega en la casa.
—¿Eso a ti qué te importa?
—Me da más placer, porque entonces hoy te habrán dado doble madriza.
Aquel hombre de no más de treinta años mostró una ligera sonrisa, porque aunque no le importará demasiado, siempre disfrutaría hacer sufrir. El auto volvió a arrancar, el más joven no conocía su paradero final ni le importaba siempre y cuando pudiera regresar a casa para no preocupar a su madre. Total, si llegaba más golpeado, podría atribuir la culpa a su padre de nuevo. Durante el camino se le hicieron varias preguntas, como si fuera un interrogatorio. Y de manera cómica, había un policía bueno y uno malo, siendo el bueno quien le tenía retenido y el malo quien daba órdenes desde el asiento del piloto.
Hora, fecha y lugar, junto con una descripción bien detallada de los acontecimientos fue lo único que se le pidió. Mintió en más de varias ocasiones, llevándose unas cuantas jaladas de orejas. Cambiaba siempre el relato de lo sucedido, que si fue en la prepa, o afuera de su casa, que si era en la mañana o en la tarde, que si le había pegado antes, que habían peleado, que se habían besado o que estaban cursos y dulzones. No dijo exactamente qué fue lo que pasó más allá de tener sexo. Y justo era eso, el tener sexo el verdadero problema. Ella era menor que el por dos años, lo amaba pero no sé sentía preparada para tener relaciones, nunca lo dijo claramente, pues sentía que se escucharía como un ridícula. Nunca le creían, y si decía la verdad la tacharían de cobarde. La única razón por la cual su padre se puso colérico fue por su pérdida de virginidad, porque no le importaba si le gustó o no, ahora era una mujer y no una jovencita. Ahora tenía que gastar su poco dinero en una boda mal acomodada con gente que ni conocía, ahora cierta parte de su vida se había desbordado. Pero antes de pasar por todo eso, necesitaba darle su merecido al culpable.
Llegaron a una bodega abandonada, que antes solía ser un supermercado popular, antes de que los grandes establecimientos invadieran el centro. Lo aventaron como costal de papas en el suelo de cemento. “No lo maten, solo denle una buena golpiza” dijo el hombre cuando llegaron otros dos hombres desde las sombras. Y mientras le apaleaban, pateando sus costillas y sacándole el aire del estómago. Mientras desfiguraban su cara y abrían sus recientes heridas. Dentro de sí, en el agudo dolor y escozor de su ser, sintió cierta excitación y placer. Quedó tirado en suelo, todavía se movía, y con dificultad, cuando todos los hombres se esfumaron, salió de la bodega. Llegó rengueando a un crucero en el cual decidió pasar sin cuidado justo cuando aquella despampanante luz verde iluminó el ambiente. Su cuerpo chocó en seco con un carro, toda su vista se nubló y logró dar una sonrisa a su cometido final. Ya no podría explicarle a su mamá lo sucedido, ni comer de su sopita de fideo. Pero no sé arrepentía, porque siempre supo que tarde o temprano terminaría así.
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